miércoles, 29 de agosto de 2012
Y esa noche nos follamos, en vez de hacer el amor.
Te abracé, como si abrazase mi última gota de esperanza. Fuerte. Te estreché entre mis brazos mientras tú te estremecías y hacías que se erizase mi piel mientras respirabas cerca de mi oreja.
"Te he echado de menos, amor." Fueron tus primeras palabras al verme.
Y el "te quiero" que escupieron mis labios nos pilló desprevenidos.
Te apartaste, me mirabas. Esos ojos marrones que tanto habían llorado se clavaron en los míos. En mis ojeras y mis pupilas rotas.
Cinco centímetros. Cinco, o incluso menos.
Es lo que separaba nuestros labios.
Tú y tu olor a perfume caro. Yo y mi olor a vodka barato.
Tú tan. Y yo tan.
Ay.
Olvidaste mis ojos y te concentraste en mis labios, esos que tanto (te) habían sangrado.
Y entonces huíste, dejaste ver que me necesitabas. Que me necesitas. Que tus labios nunca dejaron de pensar(me), de extrañar cada centímetro del cuerpo que tantas veces dibujaste con tus dedos.
Y tus ruinas volvieron, para romper esas barreras -que en realidad nunca te importaron- junto con mis latidos y mi ropa interior.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario